Solamente fueron dos vasos de vino seco y fluyeron las ideas como agüita de riachuelos en verano que bajan o suben suavecitos y rápidos buscando el espacio preciso para crear un arroyuelo y quedarse por momentos; así de pronto Edgar Poe se asomó a nuestra mesa en las agradables gotas de tinto rojo que se vaciaban en las copas alegres y frágiles de la mesa de una de las heladerías más conocidas de la ciudad de Tarapoto. Edgar estaba ahí tratando de convencernos que la perversión que reflejan sus cuentos “El gato negro” y “El pozo y el péndulo” fue producto del excesivo gusto por el alcohol de su personaje y que según él solo en una mente desquiciada podría generarse tales atrocidades. Ya habíamos elucubrado su estado mental, el atrofio de su pensamiento y su accionar, ya habíamos aceptado que en su condición de alcohólico, desde sus personajes, cualquier cosa podría suceder, hasta los crímenes más execrables debido a los efectos del alcohol; sin embargo recordamos a los pobres gatos negros tan tiernos, pero tan vistos como demoniacos, como almacenes de almas malas, como animales malagüeros o como brujas convertidas en gatos, entonces fue cuando ese gato negro, Plutón, en especial, ese al que se refiere en su cuento y a quién le sacó primero un ojo y ahorcado después, nos generó mucho dolor, tanto que nos propusimos defenderlo y dijimos que el nivel de perversión y el goce enfermizo que éste sentía por lo que hacía, consciente de estar transgrediendo las leyes, consciente de su crimen, no era por efecto del alcohol que consumía solamente, sino por su deshumanidad, porque así como al pobre gato, también el desquiciado asesinó con premeditación, alevosía y ventaja a su esposa sumisa, abnegada que soportó sus devaneos, agresiones verbales y físicas. Fue entonces que recordamos a Jacques Lacan, quien añade a la teoría del psicoanalista Sigmund Freud, que el perverso no tolera la falta, es decir no existe auto represión, en el sentido absoluto, no solo en el plano sexual sino que se extiende incluso al plano institucional, social, político, etc., es decir, el perverso infringe la ley, con intenciones. Analizando esto me quedo pensando que tipo y que nivel de perversión se estaba tejiendo en el cerebro de nuestro anfitrión, con quien compartimos esa mesa, el vino seco y una sana conversación, pues al momento en que nos despedíamos decidió poner en práctica la añeja y famosa frase aniquiladora de la voluntad femenina “las mujeres y las leyes se han hecho para violarlas”, que despreció sentí por su humanidad, que desprecio por su inexorable agresión, que desprecio por su consciente deslealtad.
Escribe: Daphne Viena Oliveira
Escribe: Daphne Viena Oliveira